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Quien ha vivido la experiencia de empezar estudios en un lugar desconocido sabe que las primeras semanas lo son todo. No se trata únicamente de entender cómo funciona la matrícula o dónde está la biblioteca, sino de encontrar un punto de referencia: alguien que explique lo que no aparece en los folletos, que ayude a descifrar costumbres cotidianas y que abra la puerta a nuevas amistades.
Aquí es donde un sistema de mentoría bien diseñado marca la diferencia. No hablamos solo de acompañar a quienes llegan, sino de crear vínculos que aportan valor a ambos lados ya que, para los estudiantes internacionales, significa ganar seguridad y confianza más rápido. Además, para los locales es una gran oportunidad de ampliar su mirada, practicar otros idiomas y construir un círculo más diverso. ¡Te contamos cómo hacerlo!
Poner sobre la mesa el “para qué”
Antes de diseñar cualquier estructura, es necesario hacerse la gran pregunta: ¿para qué queremos este sistema de mentoría? Un objetivo centrado únicamente en resolver dudas prácticas es muy distinto de otro que busque fomentar la integración cultural o impulsar la participación académica. Definir con claridad la finalidad permite orientar tanto la selección de mentores como la naturaleza de las actividades.
Elegir bien a los mentores y darles herramientas
Ser mentor no es simplemente “tener buena voluntad”. Requiere tener empatía, paciencia y la capacidad de acompañar sin sobreproteger. Por eso, la selección debe ir más allá del voluntarismo: entrevistas breves, revisión de motivaciones y, sobre todo, una formación inicial. Esa formación no necesita ser extensa, pero sí práctica: cómo comunicarse con alguien que aún no domina el idioma, qué hacer si surgen malentendidos culturales o dónde derivar dudas que ellos no puedan resolver.
Emparejar con criterio
Uno de los errores más comunes es pensar que basta con asignar a cada estudiante internacional un “anfitrión” al azar. La experiencia demuestra que cuando hay afinidad, el vínculo fluye de manera natural y por eso, se pueden usar encuestas rápidas sobre intereses, deportes, idiomas o áreas de estudio para generar mejores coincidencias. No se trata de buscar la “pareja perfecta”, pero sí de aumentar las posibilidades de que haya conexión real entre ambas partes.
Marcar una estructura, pero sin ahogar la espontaneidad
Los primeros días son los más importantes para que la mentoría sea efectiva. Un calendario mínimo de encuentros ayuda a evitar que la relación se diluya por la falta de iniciativa. Sin embargo, imponer demasiadas reglas puede convertir esta experiencia en una obligación. La clave está en ofrecer un marco flexible: proponer encuentros iniciales, canales de comunicación claros (mensajería, correo, café en el campus) y una serie de ideas prácticas que cada grupo se pueda adaptar a su ritmo.
Apostar por actividades colectivas
Más allá de las reuniones uno a uno, los espacios grupales potencian la red de apoyo. Una excursión cultural, una cena temática o un taller colaborativo son algunos planes perfectos para que todos se conozcan entre sí. En estos encuentros muchas veces surgen amistades que van más allá del programa y se construye una comunidad más sólida, en la que los estudiantes internacionales no dependen únicamente de su mentor.
Escuchar para mejorar
Un sistema de mentoría nunca está terminado. Las necesidades de los estudiantes cambian con cada curso y lo que funciona para un grupo puede no funcionar para otro. Por eso conviene abrir espacios de retroalimentación: encuestas cortas, reuniones de evaluación o incluso conversaciones informales. Lo importante es captar la experiencia real de quienes participan y usarla para ajustar procesos, actividades y expectativas.
Reconocer el valor de los mentores
Un detalle a menudo olvidado es la motivación de los estudiantes locales. Si bien muchos participan por interés genuino, sentirse reconocidos mantiene el compromiso. Certificados, menciones en actos académicos o incluso créditos académicos pueden ser formas de dar valor tangible a su implicación. Esto no solo refuerza la continuidad del programa, sino que proyecta la mentoría como una experiencia de desarrollo personal y profesional.
Un buen sistema de mentoría no es una tabla de salvación improvisada para estudiantes que llegan, sino una estrategia para crear comunidad. Cuando se diseña con objetivos claros, con mentores preparados y con una estructura flexible, se convierte en un gran vínculo entre culturas y en un motor de experiencias compartidas. Lo más valioso no es que un estudiante aprenda a usar el transporte público más rápido, sino que, gracias a ese vínculo, encuentre un lugar donde sentirse parte.